martes, 24 de mayo de 2016

PITANGO, BARRANQUILLO Y LOMITO DE (VALSEQUILLO)

Topónimo que da nombre a un pequeño Lomo entre Las Vegas al poniente, y la Hoya de la Vieja a su naciente, en el centro de la histórica hacienda de Los Mocanes, junto a la carretera Lomo Magullo - Los Arenales (GC 132). Igualmente da nombre a un barranquillo que nace en la vertiente suroeste de la Montaña del Pleito y tributa sus aguas al Barranco de Cueva Blanca, aproximadamente en el lugar donde se encuentra el área recreativa de la Reserva Natural Especial de Los Marteles.

Vista del Lomito (Google Earth)
Del pitango o pitanga, sólo la expresión en femenino es recogida por la ACADEMIA CANARIA DE LA LENGUA, en su Diccionario Básico de Canarismos, diciéndonos que es el «Fruto del pitanguero». De este nos aporta el DRAE su significado «pitanguero. 1. m. Can. y Ur. [Canarias y Uruguay] Arbusto de las mirtáceas, de unos cinco metros de altura, que crece en los montes fluviales, de corteza gris verdosa, hojas simples, ovoides, de color verde intenso y frutos comestibles, rojos o morados, en forma de pequeñas bayas globosas de dos centímetros de diámetro, que se utilizan para aromatizar bebidas alcohólicas».

La remisión que nos hace el DRAE al uso exclusivo del término en Uruguay y Canarias, nos pone en la pista de donde conocer algo más del mismo, y así lo encontramos en la ficha del Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria (INIA) de Uruguay, con una amplia información del mismo.

Pitanguera 
«Tiene un follaje persistente o semicaduco, con hojas de color verde que a veces presenta coloraciones rojizas a violáceas en el invierno y tonalidades purpúreas más o menos pronunciadas con los brotes nuevos. Su altura en el monte nativo puede llegar a 7 - 8 m.

Las flores son blancas y frágiles, con largos pedúnculos. La floración es abundante y muy atractiva para las abejas; ocurre en primavera aunque algunas variedades tienen una segunda floración en verano. En estos casos hay una doble cosecha.

Las frutas son pequeñas y pueden ser de varios colores: anaranjados, rojos, violetas y casi negros, con “costillas” o gajos, de sabor dulzón, con presencia de taninos y jugo con pigmentos que tiñen. Contiene 1 o 2 semillas grandes. Se consumen frescas o procesadas, obteniéndose muy ricos jugos, helados, salsas y licores. La piel es muy fina y por ello la fruta debe ser tratada con mucho cuidado para que no se lastime. Está pronta para cosechar cuando ha desarrollado su color y se desprende al tocarla suavemente. Se puede comer directamente del árbol».

Pitangas
En relación con su inclusión en el DRAE, conocemos de las razones que llevaron a ello «La excepción corresponde a “pitanga”, porque pese a que tampoco hemos podido anotarla en ninguno de los léxicos consultados, ni tan siquiera en diccionarios y libros de botánica, entendemos que su inclusión en el DRAE-84, como “Can. Y Urug. Fruto del pitanguero”, puede estimarse correcta, lo mismo que el árbol correspondiente el “pitanguero”. Es este uno de los muchos casos en que los repertorios léxicos canarios, capaces de recoger palabras de muy poca entidad de uso, olvidan otras de mayor importancia » (CORRALES, 1992, p. 209).

Algunos años después el mismo investigador amplía su información para conocer de su arribada a las islas «… “pitanga y pitanguero” ‘arbusto de las Mirtáceas’ surgieron en el uso americano, y deben de tener igual punto de partida estas otras palabras, aunque sea difícil plantear con total evidencia que todas ellas vinieron a las islas con la vuelta de los emigrantes, si bien entendemos que las posibilidades de que sean americanismos en Canarias son más amplias que el sentido contrario, es decir, canarismos en América » (CORRALES et CORBELLA, 2013,  p. 662).

Vista del barranquillo (Google Earth)
Como bien se dice, ni las palabras, ni las frutas viajaban solas por el Océano Atlántico, y siempre precisan de un portador humano que las lleve consigo en su viaje de regreso, y para ello se hace necesario conocer como salió de las islas, bien él o sus antepasados en aquellos bergantines en los que se asumía enormes riesgos y sufrir de los mayores rigores, como auténtica “mercancía de carga”.

A partir de la aprobación de la Constitución de 1830 de Uruguay, el gobierno de dicho estado ya independiente se planteó el desarrollo del país que venía condicionado, entre otros factores, por la insuficiente población rural que imposibilitaba cualquier intento de transformación del sector agrario, la carencia de rutas eficientes en transportes y comunicaciones y el escaso valor comercial del puerto de Montevideo que tenía que diversificarse más allá de la salazón del pescado para poder competir con el cercano puerto argentino de Buenos Aires.

La burguesía comercial uruguaya surgida a partir de la nueva Constitución, propuso al Estado la contratación de albañiles, herreros, carpinteros y agricultores a partir de la traída de emigrantes. «En 1834 se puso en marcha un plan para atraer la inmigración, cuyas características quedaron claramente delineadas. La preferencia del gobierno se inclinaba hacia los artesanos, peones y trabajadores a quienes pudieran acreditar buena conducta los cónsules residentes en el territorio uruguayo. Fue entonces cuando se presentaron: Jorge Tornsquist, proponiendo atraer la emigración alemana; Samuel Fisher Lafone, que se comprometía a transportar mil emigrantes desde Islas Canarias, Cabo Verde y provincias vascongadas. Entre ellos deberían contarse 400 artesanos ─albañiles, herreros, carpinteros, etc.─…» (MARTÍNEZ, 1982, p. 261).

Puerto de Montevideo  1829
Si de una parte Samuel F. Lafone se encargaría del transporte de colonos canarios, es Juan María Pérez, que desde su privilegiada posición como comerciante, estanciero, propietario, diputado de las Cámaras Legislativas y Ministro de Hacienda bajo la presidencia de Manuel Oribe y Viana (1835-1838) *Nieto de José Joaquín de Viana, natural de Lagrán (Álava), militar español y gobernador de Montevideo, se convierte en el contratista en destino de los emigrantes canarios y facilitador en la Administración interior.

Un siglo atrás, la legislación en origen era favorable con la autorización «… que el Monarca español Felipe V aprobara por Real Cédula de 1725 el poblamiento del lugar que habría de constituir la ciudad de Montevideo, autorizando el paso de familias canarias, con los privilegios que las Leyes de Indias concedían a los vecinos fundadores …» (GUERRERO, 1960, p. 493), que generó el establecimiento cada año de 1.500 canarios, utilizando como medio de transporte los buques extranjeros en tránsito por las islas, emigración que en opinión de los gobernantes de entonces consideraban que iba en perjuicio de la agricultura y artesanía canaria, sin considerar que aquellos que recurrían a la emigración lo hacían por superar la miseria a la que estaban condenados por los abusos de los propietarios de las tierras isleñas del Antiguo Régimen.

Fuente: MARTÍNEZ DÍAZ, N.:
“La emigración clandestina desde las Islas Canarias al Uruguay”
Sería el proceso de independencia de los países sudamericanos el que determinará la prohibición de emigrar a dichos destinos en tiempos del absolutismo de Fernando VII «… El Consejo, teniendo a la vista el expediente en cuestión y lo expuesto por el Consejo de Indias ─en consulta del 17 de febrero de 1827─, estimó conveniente que la autorización de licencia para pasar a los "países sublevados, o extrangeros del Continente Americano", la concediese el Rey o el Consejo de Indias. Se exceptuaba de tal trámite el paso a Cuba, Puerto Rico y Filipinas y aquellos países que volviesen a la "obediencia" de la casa borbónica reinante; en este caso bastaba solamente que el Juez de arribadas concediese la licencia y se abonase un derecho de dos pesos fuertes por ella…» (Ibídem, p. 494).

A partir de que fueron consolidándose las contrataciones en Uruguay como destino de la emigración canaria, a pesar de la prohibición porque la «… realidad económico-social superaba a los buenos deseos de los gobernantes [¿?], y los Isleños indigentes hallaban siempre los medios para abandonar sus tierras y hogares en busca de nuevos horizontes …» la clandestinidad se hizo tan evidente como la necesaria y urgente supervivencia económica de las familias, y así desde que Uruguay estableció los mecanismos para acoger a estos “refugiados económicos” de Canarias, primero fueron los “conejeros”, y le siguieron las restantes islas.

Vista del lomito (Google Earth)
Pero los malos vicios de la sociedad aristocrática española también se habían instalado en Uruguay, y en los primeros años de la corriente migratoria «… La situación especial de los colonos, trasladados hasta Montevideo por los distintos contratistas, los colocaba casi inermes en poder de quienes les empleaban haciéndose responsables del pago de sus pasajes a cambio del trabajo del inmigrante. Esta semiesclavitud temporaria constituyó una ventaja adicional, tal vez inesperada, para el patriciado; pero es indudable que produjo un margen de beneficio comercial para los empresarios, aunque reducido más tarde por el conflicto armado y el sitio de la capital. Este tráfico de nuevo tipo fue explotado por hombres cuya habilidad en el terreno del comercio, las finanzas y la especulación, no ofrecen duda alguna. Uno de estos hombres era Samuel Fisher Lafone. Activo representante del estrato social más poderoso de la joven república uruguaya, explotaba toda posibilidad para ampliar la esfera de sus negocios.

[…] En 1837, Samuel Fisher Lafone celebra contrato con la administración por el cual se compromete a traer, por espacio de cinco años y a su costa: “de Europa y de Canarias personas industriosas y agrícolas que fomentasen las artes y la labranza”. El gobierno debía pagar ochenta patacones [*Antigua moneda de plata de una onza] por cada colono mayor de catorce años y cuarenta por los menores de esa edad. Quedaban exceptuados los niños de pecho y los mayores de sesenta y cinco dos. Los colonos firmarían con el Estado vales a doce, dieciocho y veinticuatro meses por el pago de sus pasajes…» (MARTÍNEZ, 1982, pp. 261 y 263).

Entre 1835 y 1842  se estima llegaron a Uruguay 8.200 canarios, 4.900 hombres y 3.300 mujeres, aproximadamente un 17% de la emigración total arribada en ese período.
 
Vista del barranquillo (Google Earth)
Los intereses de Samuel F. Lafone y sus relaciones a ambos lados del Atlántico debieron ir en aumento cuando «El domingo 3 de abril de 1836, el periódico "El Español" de Madrid daba a conocer la noticia de que últimamente se había concluido, entre el Cónsul de S.M.C. en Bayona y el representante de la Casa inglesa "Samuel F. Lafone" de Montevideo, un convenio para la traslación de Colonos canarios y vascongados a la República del Uruguay».

Buena parte de los emigrantes canarios se asentaron en Uruguay, después de haber soportado un inhumano viaje y un largo tiempo pagando el coste de su viaje en condiciones de explotación, pero no dudamos que la inquebrantable voluntad de prosperar en la vida les hizo convertirse con el tiempo en propietarios de tierras uruguayas del noroeste, próximas a Río Grande del Sur (Brasil), donde ya se aprovechaban los “pitangueiros”, castellanizado “pitanguero”, que se daba de forma silvestre en los montes ribereños y en quebradas.

Fuente: MARTÍNEZ DÍAZ, N.:
“La emigración clandestina desde las Islas Canarias al Uruguay”

La “pitanga” también llamada en Uruguay “ñangapiri”, “grulli”, comercialmente como “grosella” o “cereza de Cayena”,  debió convertirse en un preciado tesoro de aquel o aquellos canarios que regresaron a sus tierras del nonato municipio de Valsequillo, en gestación en aquellos tiempos del s. XIX por el impulso de su parroquia, no dudando en traerse semillas de pitangueros, que después de plantadas en las inmediaciones del Lomito o del Barranquillo de su nombre, causaron tal sensación entre los lugareños que decidieron reconocer dichos lugares con el nombre de su fruta, en masculino, que se podía comer directamente del árbol.

Desconocemos si existe por estos lugares todavía algún viejo pitanguero, y si así fuera el dulce sabor de sus pitangos o pitangas debe traernos a nuestra memoria la alegría por la vuelta de los amargos momentos vividos en la obligada emigración llevados en un pequeño barco de dos palos de velas llamado bergantín.



Localización del Lomito (IDE Gran Canaria)
Localización del Barranquillo (IDE Gran Canaria)


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